¿Sientes un vacío que no tiene nombre?
Cada día es una carrera. La agenda llena, la bandeja de entrada a reventar y los planes para el fin de semana encadenados uno tras otro. El mundo te dice que eso es éxito. Pero tú, en el fondo, sientes que algo falta. Que estás aquí, pero no del todo. Que te ríes, pero no eres capaz de sentir esa alegría por dentro.
Esto no es un fallo. No estás roto/a. Simplemente, has entrado en la trampa del piloto automático. Y créeme, no estás solo/a en esto. Muchísimas personas vivimos con una anestesia emocional, una capa protectora que nos impide sentir, tanto el dolor como la alegría.
Lo que calla el ruido
Piensa en ese momento en el que el ruido de la vida se apaga. ¿Qué pasa en tu cabeza? ¿Aparece la ansiedad? ¿Las preocupaciones?
Para no enfrentarnos a esas emociones, construimos refugios. Nos refugiamos en el trabajo, en series, en el consumo compulsivo o en ese scroll infinito que nos hace creer que estamos conectados, cuando en realidad, solo estamos distraídos.
Esto es un problema. No porque el trabajo o el ocio sean malos, sino porque los usamos como una droga para no mirar hacia adentro. Y al evitar el dolor, también estamos evitando la posibilidad de sanar. Porque no se puede sanar algo que no se siente.
Vuelve a casa
Pero hay una forma de salir de ahí. El camino de vuelta a ti mismo/a no es complejo, pero sí requiere valentía.
No necesitas grandes gestos. Empieza con pequeñas pausas conscientes. Un minuto de silencio. Cerrar los ojos y sentir el aire que entra en tus pulmones. Pregúntate: “¿Qué estoy sintiendo ahora?” o “¿Qué intento evitar en este momento?”.
Permítete sentir la incomodidad sin huir de ella. Dale un nombre a esa emoción. Y, poco a poco, verás que ese vacío no se llena con cosas, se sana con comprensión.
Estamos aquí para acompañarte en este proceso. Porque el mayor acto de amor propio es volver a conectar con lo que realmente eres.